Borregos tecnológicos

¿Pasaporte digital? Ese fue el titular de la primer noticia que leí al llegar a San Francisco.

No quiero promocionar mis talentos por internet, pero hace tres décadas que vengo trabajando con el mercado negro. En la adolescencia vendía cassettes en la escuela, en la universidad la fotocopia de los exámenes y de grande declaro la mitad de lo que gano.

Porque el estado es así, ellos te piden que vos seas honesto pero ellos no lo son. Por eso se ha creado un mercado paralelo a TODO lo que existe en este planeta. Porque lo que no predomina es la verdad, y el ser humano—tan perdido y obsoleto— sea por corrupto o por ignorante, necesita contar con una segunda opción a la hora de alimentar su miserable existencia.

No es mi caso, ya que mi goce radica en la independencia de poder circular libremente sin que me impongan la agenda del NOM sobre mis documentos.

Hacía un par de meses que venía viajando holgada con certificados truchos—gracias a mi querido amigo diseñador gráfico Martín—de resultados negativos. Pero esta última noticia decía que quieren implementar una aplicación para el celular en donde el resultado vaya directamente a una base de datos sin tener que sacar un papel para demostrarlo.

Por un momento me vi frente a todas las transacciones en los tribunales orales de mis épocas de estudiante, donde no podía falsificar un chingo porque el examen era oral. Arrinconada contra el pupitre y el bolígrafo en rojo. Sacando mi guitarra de “no estudié un carajo pero mi seguridad al demostrarlo los dejará dudando”.

—Castelli, hablás con tanta claridad que casi me hacés dudar de mis propios conocimientos—me decía mi profesor de epistemología.

No llegué hasta acá porque tengo una memoria brillante y fui una alumna ejemplar, muy por el contrario, soy libre porque jamás permití que el sistema me condicionara. Y a pesar de que lo considero un festejo, hace veinte años que tengo que estar justificándome para que la gente sin criterio deje de molestarme.

Francamente, cuando empecé a leer la noticia me desmoralicé bastante, primero porque tengo un I-Phone 5 y no tengo más espacio para bajarme más nada. Segundo, porque siento de que a pesar de que nos queremos mucho voy a tener que volver a la línea fija si quiero volver a viajar. Ya que la noticia decía que las únicas personas que pueden volar con documentos impresos son las que no tienen teléfonos.

Pensé que mi retorno sería al Nokia 1100, no a estar incomunicada. Pero hace diez años que estoy luchando contra los titanes tecnológicos, no me sorprende que me quieran erradicar de la superficie terrestre. Creo que vengo zafando porque nunca quise hijos, y la meta de ellos es infertilizarnos a todos y así reducir la población mundial.

Después de terminar de leer la nota de cómo quieren seguir dirigiendo nuestras vidas sin que nadie haga algo para frenar este delirio psicológico, me di cuenta de que en el fondo si me libero del celular, en verdad no podrán seguir controlándome como lo hacen. Ni el estado, ni las aplicaciones de consumo, ni la realidad de estar absorta a mi medio ambiente, ni las malditas aplicaciones para conocer gente y utilizarnos mutuamente. Sería un plan redondo, volveríamos a los noventas donde mirábamos la calle al cruzar, leíamos libros, estábamos concentrados, caminábamos derechos y le sonreíamos a un chico lindo al pasar.

No sabrán a dónde estoy, qué como, a qué hora me voy a dormir, a dónde viajo, qué consumo y con quién salgo. Básicamente dejaría de tener padres que me manipulan a los cuarenta años. Viviría sin un aparato que me suena en el trasero cada vez que alguien me manda un mensaje. Joder, no me enviarían más mensajes, me llamarían directamente a mi casa para hablar y no para hacerme perder el tiempo.

¿Soy yo o este es el mejor plan?

Sí, este es el mejor plan, el problema es que somos todos unos puñeteros adictos, ahí es donde nos agarran, en la debilidad de nuestra especie: la demanda por atención.

Neonatos desesperados por estar conectados a una matriz que nos destroza mientras nos alimenta con basura y nosotros creamos que estamos siendo incluidos.

¿Y todo esto por qué? Porque hemos desatendido el alma, y ellos lo saben, porque no la tienen y la meta es que seamos como ellos: sin sentimientos y sin espíritu.

Basta con solo mirar a nuestro alrededor y observar la cantidad de desencuentros, divorcios, separaciones y disputas familiares comprobando la decadencia de nuestra entrega a estos psicópatas que ahora también quieren regular nuestro esparcimiento.

—Castelli, no te voy a echar del aula, te voy a echar del mundo—me decía mi profesor ignorando que eso hubiera sido un alivio.

Pero me encuentro acá, en el medio de una guerra digital financiada por todos los borregos que confían en un sistema que les está sacando lo único que importa: el amor.

Mensaje para Martín: afilá ese lápiz que tiene que poder ingresar a la base de datos de un test que nunca me hice.

Grazie mile,

Ceci Castelli

www.cecicastelli.com